26 de junio de 2012

Himalia


stás sentado en un cráter de la Luna. Tomando un mate. Espumoso, rico. Se te complica un poco esto de tomar mate en la Luna, y tuviste que adaptarle un pequeño inyector al termo para que el agua le entre bien al mate; sin ese coso se te dispersaba y terminaba quemándote la mano. Lo más difícil fue con la bombilla. Apenas chupabas se te venía todo el líquido junto. Tuviste que aprender a chupar de a poquito. Pausado. Tenés la corazonada de que hay alguien (cuando pensás “alguien” estás pensando en alguien como vos, y no en un negro cabeza) en algún otro cráter de la Luna. Mientras, te preguntás qué pasó con las piedras que hicieron semejantes buracos. ¿Golpearon en la Luna y rebotaron?

    Por suerte estás donde pega el sol. Caluroso, sí, pero no te quejás. Peor es el lado oscuro y frío. Seguro que ahí está lleno de negros mutantes. Lo único que saben hacer es aspirar el polvo lunar. Vos no te meterías eso en la nariz ni en pedo. Te gusta la joda, pero no pasarte de la raya. Justo, la raya. Te cagás de risa. Se te descontrola el mate. Te quemás las patas. Te sentís medio boludo. Por suerte, nadie te mira. A no ser que un Señor de la Tierra te esté apuntando con su videoscopio. Pero tienen cosas más importante que hacer que andar mirando la Luna, así que desechás la idea.

    Vas a buscar más agua al taxi, pero lo pensás un rato y al final te da paja. Por suerte tenés el tacho espacial, con el que mal que mal vas tirando. Eso sí: rompiéndote el lomo. Nadie te da un subsidio a vos, como sí lo hacen con los vagos a los que les regalan créditos para asteroides financiados con tasas de Saturno para que se armen su rancho. Y encima no les alcanza, y ahí van y ocupan una luna de Júpiter como si fuera lo más normal del universo. Encima se escudan con el argumento que Himalia estaba desocupada. Pobre lunita. La última vez que pegaste un viaje para Júpiter te pareció ver a los morochos, aunque estabas a miles de kilómetros. Te cagaste de risa cuando el pasajero te dijo que la notaba menos blanca a la luna, que la veía como gris desde que la tomaron los mutantes. En cualquier momento, como estos negros tienen hijos como conejos, como conejos negros, le van a tapar el blanco a la luna y te la vas a llevar puesta, le dijiste. ¡Cómo se rieron! Hablando en serio, a esa luna no llevás a nadie ni en pedo, a ver si te afanan. Como en el viaje a Marte. Qué hijo de puta. Y eso que era rubio. Pero vos sabés, por más rubio que sea era un mutante de alma. Tenés suerte que te dejó el tacho, y solo se llevó la billetera.

    Te fascina la visión de la Tierra, a la que nunca fuiste. Pero tu abuelo sí. Y te lo contó una y mil veces. Qué lugar, decía. ¡Y qué gentes! El nono fue mulo de un Señor de la Tierra, y a pesar de que no podía mirarlo directamente a los ojos, varias veces el Señor le habló. O eso cuenta el abuelo, aunque la abuela lo desmiente. Dice que inventa. Pero igual, no importa. Lo cierto es que ahí sí que no te iba a chorear un morocho mutante. ¡Qué va! Ni se les ocurría pensarlo, del cagazo. Esos eran tiempos lindos, decía. Tu abuelo laburaba dieciocho horas para su Señor, y después hacía lo que quería, mientras no saliera de las cuevas. Ahí sí que había seguridad.

    Te quedaste dormido. Te pasa seguido, desde que aceptaste laburar sin órbita fija. El sol se está yendo del cráter, y pensás que va a ser otra noche durmiendo en el tacho a la deriva por el espacio. Pero tenés suerte. El comunicador zumba dos veces y te avisa que tenés un viaje desde una nave crucero hasta Venus. Tirás la yerba usada en el cráter. Ni te molestás en taparla con polvo. Total, que se le atragante en la napia a un morocho.

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