25 de marzo de 2010

Rojo y gris


legué a Perico un 20 de marzo. Ni bien bajé del sulky (en aquella época aún no había llegado el tren al pueblo) me sorprendió la nueva fachada del edificio central. Era desproporcionadamente grande para las treinta o cuarenta casuchas del lugar, y se olía en las caras satisfechas que esta enorme construcción era el orgullo del poblado. Adentro funcionaban, casi sin solución de continuidad, el almacén de ramos generales, la ferretería y el nuevo hotel del pueblo, el “Gran Hotel”.
    Mientras el botones me ayudaba con las maletas, traté de romper la distancia que suponía mi título de abogado haciendo alguna averiguación sobre el famoso descuartizador, “el carnicero de Perico”, como llamaba la prensa amarilla al sangriento asesino de los cinco peones rurales.

15 de marzo de 2010

Jorjazo


ale, Juan, salí de ahí. En serio, hoy no estoy de humor. Como para bancarme esto, estoy. ¿Cómo? Y dale con esa ridiculez. ¿Quién? ¿Quién te va a tirar con un alfajor? Ah, no sabés... Qué bien. ¿Y ahora? ¿Qué hago yo ahora? ¿Me siento a esperar a que te dignes a salir de esa ridícula caja? ¿Hasta cuándo?
    »Yo no sé si sos o te hacés. No, vos te hacés. Yo esa no me la trago. Está bien que a vos te faltan un par de jugadores, pero loquito no sos. Te faltan huevos, a vos, para ser loquito. O quizá sos el primer loco cagón de la historia. Ponerte en esa caja, mirá si serás cagón.
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