10 de julio de 2012

Chilla Gutiérrez

P

ero, ¿dónde? Como un condenado, grita. ¿Dónde está? Ni idea. “Buen día, joven”. Hola, viejo puto. No me hablés, por favor. Hacé lo que tengas que hacer, pero no me hables de más, por favor, viejo de mierda. ¿No lo escuchás a Gutiérrez? “Vengo para actualizar el plazo fijo, tome, acá en este papelito le anoté el número de cuenta, mi nombre y mi DNI”. Y a mí qué carajo me importa dónde anotás tus datos de mierda, viejo. ¿Por qué no lo ponés a renovar automáticamente, la concha de tu madre? ¿Y si es el infierno?
“Me gusta renovarlo personalmente, soy un chapado a la antigua, ya lo sé, pero así estoy más seguro”. ¿Y si es un infierno helado, sin fuego? ¡Cómo grita! ¿Qué hiciste, Gutierrez, para que te traten así? ¿Por cuánto lo renueva, viejo cornudo? “Treinta días, como siempre”. O sea que en treinta días te voy a tener acá, rompiendo las bolas de vuelta. Pero que no grite Gutiérrez, que no grite más. La muerte por frío debe ser peor que por fuego. Se me ocurre más lúcida, más perversa. ¿Por qué pienso que donde estás hace tanto frío? Basta, Gutiérrez, por favor... Por favor morite de una vez, o dales lo que te piden, pero aflojá con los gritos, que me vas a romper la cabeza. Firmá acá, viejo alcahuete. “Gracias joven, nos vemos en un mes, si Dios quiere”. Ojalá que Dios no quiera, viejo forro. Cómo se nota que no lo escuchás, viejo ortiva. Parece que aflojó, Gutiérrez ya no pega esos chillidos histéricos, ¡por fin! Estás balbuceando, Gutiérrez, pero no te entiendo. Te escucho, pero no capto tus palabras. ¿Son palabras, Gutiérrez? ¿A quién le hablás? ¿A mí? Pobre Gutiérrez, si aunque sea te pudiera ver... “Hola, buen día, ¿me podés cambiar diez pesos en monedas?”. ¿Está llorando? ¿Qué son esos hipos? No, boluda, ¿no ves el cartel que tengo pegado en el vidrio? ¿No sabés leer, tarada? “Ah, disculpá, gracias igual”. Qué estúpida, por Dios. ¡No empecés de vuelta, Gutiérrez! ¡Por favor! Tus gritos me desgarran, me estremecen. ¿Dónde estás? ¿Por qué siento el frío en tus gritos? ¿Cuándo va a terminar este calvario?

    Después de gritar enloquecido, como una ardilla atrapada, durante unos minutos eternos, casi al borde del desmayo, empecé a notar cómo se iban apagando muy despacito sus lamentos. Atendí al resto de la cola sin prestar mucha atención en lo que hacía; los gritos mudos de un Gutiérrez que ya no estaba quedaron en mi cabeza como las huellas en la nieve de un animal huyendo de su predador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia de Creative Commons
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported .