3 de mayo de 2011

O Ene Ge


 Lucas le costó mucho atender el portero eléctrico. Tenía una resaca terrible. No recordaba a qué hora se había acostado, y además se había dormido con la ropa puesta.
    -Hola.
    -...
    -Hola, ¿quién es?
    -...
    -¡Andá a cagar, boludo! ¡Si te agarro te mato, puto!
    Colgó el portero. Si al menos no tuviera roto el visor electrónico podría haber visto quién era el gracioso, se lamentó. Puso la pava en el fuego. Dudaba entre hacerse un mate o un café. La cabeza le dolía mucho y decidió darse una ducha. Apagó el fuego de la pava.
    Cuando entró al baño encontró el inodoro vomitado, y notó salpicaduras en el sector del piso que rodea al inodoro. No recordaba haber ido al baño la noche anterior. Tiró la cadena un par de veces y arrojó desodorante de ambiente, hasta que el olor a podredumbre ácida fue reemplazado por el olor no menos insoportable del desodorante. Lucas agarró el tubo y leyó la fragancia. “Bebé”. “Parece el olor de un bebé recién cagado”, pensó. Volvió a la cocina a buscar un trapo de piso. Lo encontró. Prendió el fuego de la pava.

    De vuelta en el baño, abrió la canilla del lavatorio y enjuagó el trapo de piso. Antes de repasarlo con el trapo, echó al suelo un buen chorro de limpiador de piso. El olor era muy agradable. Lucas leyó que el perfume del limpiador era de bosque silencioso. Qué genial, pensó. Decidió que el próximo desodorante de baño lo iba a comprar con olor a bosque, silencioso o no. Cuando el baño ya parecía en condiciones de ser usado por un ser humano o por lo menos por un mamífero, Lucas se desvistió. Prendió la ducha caliente y, como notaba que el chorro no caía normalmente, miró hacia arriba. Boca abajo y agarrado con las patas al caño de la ducha, una especie de duende azul bebía copiosamente del agua que caía, ayudándose con sus manitos para retener una buena cantidad de líquido. Parecía muy pacífico, y esa carita con sus ojos saltones era el rostro más dulce que Lucas recordara haber visto en toda su vida.
    -¡La concha de tu madre, duende! -le gritó Lucas al tiempo que le tiraba con el trapo húmedo. El duende o lo que fuera se escabulló rápidamente y sin hacer ruido por la claraboya del techo.
    Antes de meterse a bañar, Lucas volvió a la cocina y apagó el fuego de la pava, que ya estaba hirviendo. La bacha de los platos estaba llena de platos y de mugre. Decidió que hoy no los iba a lavar. No tenía fuerzas suficientes. Duendes y mugre, lo que faltaba.
    Ya repuesto un poco de la resaca, se puso ropa limpia, fue a la cocina y se decidió finalmente por unos mates. Antes de prepararlos, tapó con un repasador los platos mugrientos de la bacha. Lo hizo con mucho cuidado, tratando que no se note ningún plato. El panorama cambió bastante, y se sintió bien. Sacó un sifón de soda de la heladera, le tiró un chorro a la pava y armó el mate. Estaba muy rico. Era lunes. La semana arrancaba prometedora.

    Sonó nuevamente el portero. Atendió.
    -Diga.
    -¿Usted es el habitante del quinto C? -lo increpó una voz gomosa.
    -Sí. ¿Qué pasa?
    -Señor, cumplo con la obligación de informarle que vamos a realizar una denuncia por discriminación en su contra -además de gomosa, la voz sonaba aflautada. Parecía como si la estuvieran impostando. Nadie podía tener una voz así.
    -¿Qué?
    -Que cumplo con mi obligación de informarle que vamos a realizar una denuncia por discriminación en su contra -repitió con el mismo tono horrible.
    -¿De qué estás hablando? Por empezar, ¿quién sos?
    -Soy Timoteo Canegato, de la O.N.G. Salvemos a los Duendes Sordomudos, y lo vengo a notificar de que haremos una grave denuncia en su contra.
    -¿Sos cana?
    -No, caballero, no soy policía.
    -Ah...
    Parecía que ninguno de los dos sabía bien cómo seguir la conversación a través del portero. Habían llegado a un punto en que se había empantanado. La resaca, residual pero constante, le impedía a Lucas asimilar toda la información para poder procesarla y actuar en consecuencia. Al parecer el sujeto de la voz ridícula se había quedado sin nada qué decir. Esta situación atormentaba mucho a Lucas, al punto que empezó a deprimirse. Necesitaba decir algo urgente, pero no sabía qué. Recordó la imagen del duende escapando por el techo.
    -¿Querés subir? -atinó a preguntar. Quizo decir andate a la mierda, o algo similar, pero cuando lo asaltaba la depresión a Lucas le bajaban todas la defensas, tanto físicas como anímicas, y su tono beligerante se licuaba inmediatamante en una apatía bonachona; toda su estrategia se enfocaba en el cortísimo plazo. Preguntarle querés subir era la manera más rápida de sacarse el problema de encima, aunque sea por unos segundos, los segundos que llevan al ascensor desde la planta baja hasta el quinto piso.

    El señor Timoteo resultó ser, como no cabía otra opción, todo un personaje. Qué caripela, mamita, fue lo primero que pensó Lucas al abrirle la puerta. Nariz muy en punta (terminaba en una bolita casi perfecta), ojitos afiebrados y escurridizos, patillas. Y ni qué hablar de los cachetes, que se sonrojaban y volvían a blanquearse a una velocidad increíble. Lo cago a trompadas, fue la segunda reflexión de Lucas. Sin embargo algo lo contenía; paralelo al rechazo le iba creciendo un temor, un miedo de orígen difuso.
    -¿Tomás algo? -ofreció Lucas.
    -Un vaso de agua, por favor. Natural. Ni caliente ni fría -. Qué hijo de puta, se dijo Lucas. Nunca había escuchado a ningún hombre pedir agua “ni caliente ni fría”. Se la sirvió. Al tomar el vaso los cachetes del personaje se pusieron casi violetas. El tipo parecía recién sacado de un comic -. Gracias- murmuró en un tono tan bajo que solo lo podría captar una cucaracha con antenas ultrasensibles.
    -Bueno, vamos al grano. El tema es así. Yo contra los duendes no tengo nada en particular, y menos si son sordomudos. De hecho, ni sabían que existían. Los duendes en general, me refiero. Pensé que todo era un verso -. Al señor Timoteo se le tornasolaban los cachetes al ritmo de las palabras de Lucas. Esto, a Lucas, lo irritaba hasta el extremo que dejó de mirarlo, y siguió su descargo dirigiéndose hacia un vaso de plástico roñoso con un resto de cerveza que estaba sobre la mesada -. Pero resulta que el muñeco este se viene a trepar a mi ducha justo en el momento en que me iba a bañar. Imaginate, me pegué un cagazo terrible...
    -¿Ducha? ¿De qué cosas está usted hablando, joven? -le preguntó con una cara de incredulidad muy graciosa -. Yo le estoy hablando del duendecito que lo llamó por el portero electrónico y le hizo un show de mimo a través de la cámara totalmente a beneficio de nuestra O.N.G. para que usted colabore a voluntad, y usted en cambio lo insulta sin ningún miramiento ni por su condición de duende ni por su terrible incapacidad física. Yo estaba a su lado y vi cómo al escuchar sus palabrotas me miró con sus ojos arrasados y lo tuve que consolar comprándole una cervecita para duendes... -los rosados y los violetas se le movían por toda la cara como si tuviera gusanos incrustados entre los cartílagos y la piel.
    -¡Pero el visor de mi portero no funciona! Mirá, vení que te lo muestro. ¡Qué loco! Yo no lo podía ver y él... -Lucas hizo una pausa y se empezó a rascar la barba crecida de varios días -. Esperá un poco, Colores... ¿No me dijiste que el chabón es sordomudo? ¿Cómo carajo pudo escuchar mis puteadas?

    -¿Y locura?
    -Tranca, papá, muy tranca... -respondió Marcelo y prendió algo que parecía una tuca- ¿y vos?
    -La mierda de siempre... Encima casi me caga a palos un chabón; por un pelito no me agarró -el Peti, mientras lo contaba, se limpiaba la cara con un trapito que iba quedando azul.
    -¿Estabas choreando? -preguntó Marcelo.
    -No... sí, bah, no sé. Estaba reloco y tenía una sed bárbara. Me mandé a un baño a tomar agua y después iba a ver qué onda. De la ducha justo caían unas gotitas. No sabés qué copado el olor que había en ese baño. Me hacía sentir como en el medio de un bosque oscuro y silencioso... Estaba recolgado en esa y me agarraron justo. ¿Todavía tengo azul?
    -No, solo un poco ahí, cerca de la oreja -Marcelo le señaló la oreja derecha al Peti -. ¿Seguís con el boludo ese de la O.N.G.?
    -Sí, pero no lo aguantó más. Encima se quiere quedar con toda la guita de los aprietes. Igual creo que ya se avivó que no soy sordomudo un carajo, pero como al quía le conviene se hace bien pero bien el boludo. ¿Me das una seca? Dale, botón, no te ortivés... -el Peti lo golpeó a Marcelo cariñosamente en el hombro.
    Luego de quedar un rato callados se levantaron del escalón en donde estaban sentados, se dieron un abrazo de duendes, y quedaron en verse un día de estos.

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