15 de septiembre de 2010

Soñador busca mujer


iecisiete minutos, la misma cantidad de tiempo que le quedaba de vida, le costó al hombre del sobretodo beige identificar a su cita. Todo un récord. Nunca le había llevado más de diez.
    Tanta demora lo perturbaba, pero se consolaba pensando que las cuatro  esquinas estaban muy llenas de gente. Para peor, luego de un minucioso exámen, llegó a contar seis mujeres con tapado rojo.
    ¿Cuál de ellas era su geminiana cultora de la ironía y el buen humor? Su ignorancia acerca del mundo textil le impidió sacar el máximo de partido a su segunda seña: la pollera de gabardina. ¿Cómo será esa tela?, se preguntaba mientras alternaba su vigilancia entre las cuatro mujeres con tapado rojo y pollera, desechando a las de pantalón.
    ¿Aquella, la flaca muy alta, era la fanática de Cortázar y el cine europeo? El hombre del sobretodo beige no pensaba encarar a ninguna hasta tener indicios más firmes. Tenía fobia al ridículo.
    ¿O la otra, la del pelo negro y lacio que le caía hasta los hombros? Se recriminaba la ocurrencia establecida en común acuerdo de no dar más de dos señales para reconocerse. La amante del buen malbec seguía jugando a las escondidas, mutando entre las cuatro candidatas mientras a él lo iba ganando la desesperación. Tampoco lo ayudaban el bullicio de la gente, el tránsito en hora pico y el ruido que llegaba desde el edificio en construcción.
    Cuando el hombre del sobretodo beige, luego de meditarlo bien, creyó atrapar a su presa en la joven de anteojos oscuros, esta se le volvió a escabullir abrazándose a otra mujer que estaba llegando a la esquina y encarando hacia un taxi las dos juntas. Una menos. Ahora quedaban tres.
    ¡Qué alegría le dio al hombre del sobretodo beige cuando descubrió que la menudita de tapado rojo y pollera que estaba enfrente lo miraba con una mezcla indefinida de incógnita y de sorpresa! ¿Sos vos?, lo interrogaban esos ojos oscuros. Ya no había lugar para más dudas. Manteniendo fija su vista sobre ella enfiló hacia la calle con su sonrisa más encantadora y, con la impaciencia, casi se olvida de esperar el semáforo.

    Ariano, mujeriego, fanático de River y de los Stones, padre de dos niñas de tres y cinco años, amante de los asados con los amigos, adicto a las horas extra para ganar unos pesos de más, el chofer de la ambulancia no tuvo ni el tiempo ni los reflejos suficientes para evitar la colisión con el loco que cruzó sin prestar atención a la sirena.
    Él nunca supo que fue una pieza clave en la concreción de una utopía secreta y anhelada por mucho tiempo. Gracias a él, el hombre del sobretodo beige iba a abandonar este mundo con una mujer llorándolo a su lado.

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